dilluns, 25 de maig del 2009

Acerca de los sonidos de la memoria y la memoria de los sonidos. Song of ocarina


De vez en cuando caen en nuestras manos pequeñas joyas de textos que nos remueven por dentro, nos hacen reflexionar y nos hacen vivir (y revivir) emociones que teníamos escondidas. Puede ser cualquier texto: una carta, un artículo de una revista, una novela, un libro de investigación (sí, señores, un libro de investigación también...).

La primera vez que me paré a reflexionar concretamente sobre el poder de evocación de los textos fue en clase de literatura latinoamericana, de la mano de la profesora Nuria Girona, comentando la novela El Entenado, de Juan José Saer. Esta novela es un ejemplo perfecto de reflexión sobre el poder de rememoración que tienen los sentidos. En cualquier caso, no hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que efectivamente una sensación corporal nos puede traer muchos recuerdos, y muchos recuerdos nos remiten a sensaciones corporales.

Y como en esta vida parece que todo da vueltas y acaba regresando, pero de otra manera, ha llegado a mis manos un libro estupendo (estupendo para quien le interese el tema), titulado Ecología Acústica y educación. Bases para el diseño de un nuevo paisaje sonoro, de la profesora argentina Susana Espinosa. En este libro hay multitud de reflexiones acerca de nuestro entorno sonoro y nuestra capacidad de escucha. Entre estas reflexiones me llamado la atención la idea de "sonidos de pertenencia", que según la autora es "todo lo sonoro que nos dé carácter, perfil, personalidad e identificación de algo como propio".

Me atrevo a decir que todos nosotros tenemos un repertorio de sonidos y un almacén de recuerdos sonoros, aunque no siempre somos conscientes. Sonidos que, como indica la profesora Graciela Véspoli, "significaron emociones, vivencias, realidades de una o varias épocas, de infancias, de adolescencias... acompañaron crecimientos, historias de vida".

(Ahora es el momento en que cada uno de los lectores piensa y siente los sonidos de su vida...)

Estas reflexiones y algún comentario de alguna madre en la guardería donde realizo el trabajo de investigación ("mi hijo llora cuando oye determinada música") me han hecho revivir algo de mis propios recuerdos sonoros, y me ha venido a la cabeza (o al corazón, porque recordar, etimológicamente, significa "volver a pasar por el corazón) una canción que, nunca sabré por qué, a mí también me emocionaba cuando era una cría de apenas ocho años.

Se trata de "Song of ocarina", una canción interpretada allá por el año 1993 por un flautista llamado Diego Módena y un violoncellista, Jean Philippe Audin.

(No entro en juicios de valor sobre la canción; podríamos establecer un debate etnomusicológico al respecto, pero esa no es mi intención -quien lo desee puede hacer sus comentarios al respecto-. Sólo quiero remarcar el valor de ciertos sonidos en nuestra historia personal.)

(Y dicho sea de paso... fue una ocarina, y no un sakuhachi o una dulzaina, lo que me hizo llorar de emoción a los 8 años. Tendré que acabar reconociendo que mi historia con el nuevo continente empezó antes de la Ruta...)

Song of ocarina


3 comentaris:

  1. I per continuar amb memòries sensorials, vegeu el comentari de Marta Carretón al respecte ;)

    http://web.martacarreton.com/Marta_Carreton_Salvador/Blog/Blog.html

    Gràcies Marta!

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  2. Tampoco puedo dejar de incluir el comentario de E. Schinder en un artículo sobre salud y contaminación acústica:

    "Los hombre primitivos creían más en la información proporcionada por sus sentidos auditivos que la proporcionada por la vista. Sabían por experiencia e instinto que el sonido proporciona datos multidireccionales de alto tono afectivo que los ayudaba en su adaptación casi perfecta al medio ambiente. (...) eran seres "auditientes" más que "visuales". Pero además tenían menos alterados otros sentidos útiles tales como su sentido del gusto, adiferencia de nosotros que consumimos alimentos con una infinidad de sustancias agregadas para "mejorarlos". Junto con la pérdida del gusto perdemos la capacidad de diferencias en los sabores (...).
    También poseían los antiguos un gran sentido del tacto, ya que sus extremidades no eran entorpecidas por zapatos o zapatillas, o por el uso de vestimentas inadecuadas para percibir sutiles diferencias de temperaturas o de presiones atmosféricas cambiantes. No padecían de la hipoestesia moderna (disminución de las sensaciones) tanto a los estímulos originados en el interior de su organismo como en su exterior. El vital contacto físico con otros seres vegetales, animales y humanos no estaba tan restringido o suprimido como hoy en día."

    Ahí queda.

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  3. ¡Hola!
    Que sepas que entro de vez en cuando, aunque no deje un rastro de miguitas cibernéticas... ¡un abrazo!

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